El camino de la integración y la libertad: ser
libres como María
María: la mujer integrada y libre. María se nos muestra como estímulo y modelo, como la mujer feliz porque ha logrado la integración y la liberación.
¿Cómo vemos a María? ¿Como la mujer perfecta desde su nacimiento, una especie de muñeca ideal o de magnífica escultura ya terminada? ¿O como aquella que vivió su vida como un proceso de crecimiento y maduración?
La tradición y ciertas formas de espiritualidad muestran la primera imagen; los datos del Evangelio y la reflexión bíblica y teológica más reciente optan por la segunda.
María, como Jesús, vivió auténticamente su condición humana: conoció la pregunta y la duda, el dolor y la crisis, el aprendizaje y el descubrimiento, las limitaciones y la adaptación. Si es cierto que estuvo dotada de un caudal de gracia, también colaboró con el plan de Dios con todos los recursos de su humanidad y su libertad, con todas las fuerzas de su inteligencia y su voluntad. Aprendiendo, creciendo, sufriendo el día a día, conociendo el “poco a poco”.
A María, el amor le hizo madurar hasta alcanzar el equilibrio y la plenitud. No porque fuera inmadura, sino porque tuvo que desarrollar sus capacidades y potencialidades que esperaban en ella como semillas llamadas a crecer. Y lo hizo por amor y con un profundo amor. El amor agudizó en María el sentido de intuición sobre el estado y las necesidades de los demás, su capacidad de escuchar y entender el corazón del otro, su creatividad para llenar la existencia cotidiana de detalles de atención y cordialidad... El amor profundizó en María el difícil discernimiento sobre cuándo hay que callar y esperar y cuándo hay que hablar y actuar.
A María, ciertamente, el amor le hizo crecer y vivir en la verdadera libertad. estaba sometida a barreras sociales, culturales y religiosas que tuvo que enfrentar y superar. Al lado de Jesús, María vivió una profunda experiencia de libertad y liberación. María fue conociendo y superando los complejos y resentimientos del cerrado nacionalismo judío y abriéndose al horizonte liberador de la gran familia universal, del nuevo Pueblo de Dios. María fue superando las limitaciones de una piedad formalista y un culto exterior para adentrarse en el espacio liberador de “la adoración al Padre en espíritu y en verdad” (Jn 4, 23).
María sigue aprendiendo la libertad y la liberación en la escuela de Jesús. Es un reconocimiento claro por parte de Jesús de la verdadera grandeza de María, del mérito de su amor. Jesús parece decir: “María no está unida a mí porque es mi madre física; es mi “madre” sobre todo porque ha aceptado la voluntad de Dios y la está cumpliendo con un amor inmenso.” Ella es la primera de la Nueva Familia que Dios quiere hacer de toda la humanidad. Esa es su verdadera felicidad y la de todos los que sigan su camino (cf. Lc 11, 27-28).
Amor, maduración e integración personal. El tema de nuestra maduración e integración como personas, lo llevamos siempre a cuestas, y permanentemente recibimos señales de que no es un problema superado. Experimentamos nuestra vida como tensión entre impulsos opuestos, como lucha entre fuerzas contrarias, que no podemos ordenar y armonizar fácilmente y que nos hacen sufrir. La inteligencia nos entrega un análisis de la realidad y el corazón tiene otra diferente de la misma realidad. Nos proponemos proyectos de superación personal y de crecimiento y, muchas veces, comprobamos que no hemos avanzado casi nada. Parece que somos libres e independientes, pero de hecho vivimos sometidos a muchas dependencias y esclavitudes.
No podemos renunciar a luchar por nuestra maduración e integración. La percibimos como condición indispensable de nuestra felicidad, como el desafío más importante de toda nuestra vida. La gran fuerza madurativa e integradora de la persona humana es el amor. Sí, sólo cuando descubrimos el poder del amor y sus posibilidades transformadoras y nos animamos a vivirlo, estamos en condiciones de crecer y madurar.
* Al hablar de la libertad es indispensable hacerlo en un horizonte colectivo: mi libertad se ejerce al lado de otras muchas libertades; mis derechos sobre los demás se corresponden y son correlativos con mis deberes hacia los demás.
* La libertad no es un fin en sí mismo. Nuestra libertad es una libertad “para”. Libertad para vivir la verdad, la justicia y el amor; libertad para realizar nuestra dignidad de personas; libertad para una convivencia social justa; libertad para la comunión y la participación; libertad para una relación profunda con Dios...
De qué manera, María nos ayuda en el crecimiento de la libertad y en la madurez humana y cristiana:
Practica familiar en la semana, orar y meditar con el santo rosario
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