Parroquia San Juan Bautista. Chalatenango
martes, 26 de mayo de 2020
domingo, 24 de mayo de 2020
El camino del servicio humilde: servir como María
El relato de la Visitación (Lc 1, 39-45) ha sido tomado siempre como muestra del servicio de María.
María de la Visitación se muestra sensible a la situación de Isabel y se pone de prisa en camino afrontando el cansancio y el riesgo del largo viaje, se hace presente en la soledad y la incertidumbre de Isabel y llena su vida de cercanía alegre y de compañía protectora, María se siente llamada a cuidar una vida frágil que crece dentro de Isabel, lleva consigo la presencia y la novedad de Jesús que ha trasformado su vida; se muestra humilde, sencilla, discreta y orienta toda su palabra y su alabanza a Dios, suple la imposibilidad de Isabel en las tareas del hogar, trabajando y ocupándose de todo con alegría, se queda tres meses con Isabel, hasta el nacimiento de Juan; sólo se retira cuando la nueva familia se organiza y se adapta a lo nuevo.
Al igual que María de la Visitación, el servicio cristiano debe brindarse con rapidez, recorrer los caminos del encuentro y asumir los cansancios, los riesgos, ser sensible a las situaciones de soledad, de dolor y de crisis y ofrecer presencia, serenidad, consuelo y paz. El servicio cristiano es siempre servicio a la vida, especialmente de las vidas amenazadas, indefensas o débiles. El cristiano sabe que su mejor servicio es ofrecer a los demás la vida y la novedad de Jesús para que transforme nuestra vida y la vida del mundo, esto es fruto de la enseñanza del amor al prójimo, no se da importancia, no se presume, no busca el aplauso, intenta pasar desapercibido (1a Cor 13, 1-8), no rehúye ningún trabajo, encara con buen ánimo las tareas más simples, y rutinarias. El servicio cristiano es perseverante, mantiene su presencia y su ayuda mientras persiste la necesidad.
¿Quién sirve hoy? Hemos de reconocer que nos resulta difícil hablar de “servicio”. No es habitual escuchar a alguien reconocer que “le gusta servir...”, o que hizo algo “para servir a la comunidad”. El servicio apunta a tareas pequeñas, anónimas, laboriosas..., y esas tareas solemos dejárselas a otros. Preferimos ocupaciones interesantes, reconocidas, merecedoras del aplauso y la felicitación. Se debe tener cuidado, que el servicio no sea utilizado para llamar la atención, suplir la baja autoestima, y ser admirado por los demás.
Asumir el servicio como característica del amor cristiano, supone una serie de actitudes y exigencias muy concretas:
* servir en la vida y servir a la vida: debo ir por la vida con mentalidad de servidor, con actitud de disponibilidad, con la predisposición de ayudar cuando perciba una necesidad de cualquier tipo. Y con una sensibilidad muy grande a la vida.
* sencillez y alegría: no se entiende un servicio realizado con vanidad, ni prepotencia; no se entiende un servicio hecho con tristeza. El servicio es alegre; vive con gozo la ayuda brindada y recibe la satisfacción y el bienestar que provoca en los demás. Demuestra la verdad de las palabras de Jesús: “Hay más alegría en dar que en recibir” (Hech 20, 35).
* servir desde mis capacidades: Saber qué sé hacer, en qué puedo colaborar, qué habilidades tengo, es encontrar el modo de sentirme útil a los demás y de poner los talentos recibidos al servicio de la comunidad. “Den gratuitamente, puesto que recibieron gratuitamente” (Mt 10, 8).
* servir a los más necesitados: todos tenemos necesidades, pero no todas las necesidades son iguales. Jesús nos enseña a priorizar, a poner nuestros ojos y nuestro amor en los hermanos que sufren verdaderas necesidades. La necesidad de comida, techo o abrigo; la necesidad de trabajo o de atención médica; la necesidad de instrucción o de compañía; la necesidad de consuelo o de hospitalidad...
“No he venido a ser servido sino a servir...”. El cristiano se siente enfrentado inevitablemente con el tema del servicio. Las palabras, las actitudes y los gestos de servicio de Jesús son demasiado fuertes y evidentes como para desconocerlos o evadir lo que nos plantean.
Preguntas
¿Cuál es nuestra postura personal frente a las necesidades de los demás?; ¿me siento inferior cuando hago algún servicio?; ¿me siento superior cuando alguien me sirve a mí?; ¿mi trabajo al servicio de qué intereses está?
Esta semana en familia se propone analizar y reflexionar los siguientes textos Bíblicos:
Mt 20, 20-28
Mc 10, 35-45
Lc 22, 24-27
Is 42, 1-4.
domingo, 17 de mayo de 2020
El camino de la integración y la libertad: ser
libres como María
María: la mujer integrada y libre. María se nos muestra como estímulo y modelo, como la mujer feliz porque ha logrado la integración y la liberación.
¿Cómo vemos a María? ¿Como la mujer perfecta desde su nacimiento, una especie de muñeca ideal o de magnífica escultura ya terminada? ¿O como aquella que vivió su vida como un proceso de crecimiento y maduración?
La tradición y ciertas formas de espiritualidad muestran la primera imagen; los datos del Evangelio y la reflexión bíblica y teológica más reciente optan por la segunda.
María, como Jesús, vivió auténticamente su condición humana: conoció la pregunta y la duda, el dolor y la crisis, el aprendizaje y el descubrimiento, las limitaciones y la adaptación. Si es cierto que estuvo dotada de un caudal de gracia, también colaboró con el plan de Dios con todos los recursos de su humanidad y su libertad, con todas las fuerzas de su inteligencia y su voluntad. Aprendiendo, creciendo, sufriendo el día a día, conociendo el “poco a poco”.
A María, el amor le hizo madurar hasta alcanzar el equilibrio y la plenitud. No porque fuera inmadura, sino porque tuvo que desarrollar sus capacidades y potencialidades que esperaban en ella como semillas llamadas a crecer. Y lo hizo por amor y con un profundo amor. El amor agudizó en María el sentido de intuición sobre el estado y las necesidades de los demás, su capacidad de escuchar y entender el corazón del otro, su creatividad para llenar la existencia cotidiana de detalles de atención y cordialidad... El amor profundizó en María el difícil discernimiento sobre cuándo hay que callar y esperar y cuándo hay que hablar y actuar.
A María, ciertamente, el amor le hizo crecer y vivir en la verdadera libertad. estaba sometida a barreras sociales, culturales y religiosas que tuvo que enfrentar y superar. Al lado de Jesús, María vivió una profunda experiencia de libertad y liberación. María fue conociendo y superando los complejos y resentimientos del cerrado nacionalismo judío y abriéndose al horizonte liberador de la gran familia universal, del nuevo Pueblo de Dios. María fue superando las limitaciones de una piedad formalista y un culto exterior para adentrarse en el espacio liberador de “la adoración al Padre en espíritu y en verdad” (Jn 4, 23).
María sigue aprendiendo la libertad y la liberación en la escuela de Jesús. Es un reconocimiento claro por parte de Jesús de la verdadera grandeza de María, del mérito de su amor. Jesús parece decir: “María no está unida a mí porque es mi madre física; es mi “madre” sobre todo porque ha aceptado la voluntad de Dios y la está cumpliendo con un amor inmenso.” Ella es la primera de la Nueva Familia que Dios quiere hacer de toda la humanidad. Esa es su verdadera felicidad y la de todos los que sigan su camino (cf. Lc 11, 27-28).
Amor, maduración e integración personal. El tema de nuestra maduración e integración como personas, lo llevamos siempre a cuestas, y permanentemente recibimos señales de que no es un problema superado. Experimentamos nuestra vida como tensión entre impulsos opuestos, como lucha entre fuerzas contrarias, que no podemos ordenar y armonizar fácilmente y que nos hacen sufrir. La inteligencia nos entrega un análisis de la realidad y el corazón tiene otra diferente de la misma realidad. Nos proponemos proyectos de superación personal y de crecimiento y, muchas veces, comprobamos que no hemos avanzado casi nada. Parece que somos libres e independientes, pero de hecho vivimos sometidos a muchas dependencias y esclavitudes.
No podemos renunciar a luchar por nuestra maduración e integración. La percibimos como condición indispensable de nuestra felicidad, como el desafío más importante de toda nuestra vida. La gran fuerza madurativa e integradora de la persona humana es el amor. Sí, sólo cuando descubrimos el poder del amor y sus posibilidades transformadoras y nos animamos a vivirlo, estamos en condiciones de crecer y madurar.
* Al hablar de la libertad es indispensable hacerlo en un horizonte colectivo: mi libertad se ejerce al lado de otras muchas libertades; mis derechos sobre los demás se corresponden y son correlativos con mis deberes hacia los demás.
* La libertad no es un fin en sí mismo. Nuestra libertad es una libertad “para”. Libertad para vivir la verdad, la justicia y el amor; libertad para realizar nuestra dignidad de personas; libertad para una convivencia social justa; libertad para la comunión y la participación; libertad para una relación profunda con Dios...
De qué manera, María nos ayuda en el crecimiento de la libertad y en la madurez humana y cristiana:
Practica familiar en la semana, orar y meditar con el santo rosario
domingo, 10 de mayo de 2020
Día de las madres
En razón a la
celebración simbólica del día de la madre, quiero compartir una reflexión de
fe, en torno a la imagen de Dios.
La mayoría de las
religiones tienen una formulación, Dios es Padre, es decir la imagen de Dios es
una imagen masculina y no se puede contradecir, sin embargo, algunos dos papas
han ido más allá de la conceptualización. Infieren una imagen de Dios, como
padre y madre. Al estudiar la Biblia encontramos en Isaías 49, 15. la siguiente
frase: "¿Es que se olvida una madre de su criatura; no se compadece del
hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidare, yo no te olvidaré".
Al respecto, el
papa Juan Pablo I, en 1978 dijo: “Dios es papá, más aún, es madre” y el papa
Francisco el 22 de marzo de 2018 dijo “Dios ama a cada uno de nosotros como un
padre y como una madre”
El reconocido teólogo
latinoamericano Leonardo Boff, ofrece una reflexión teológica bastante
interesante, que permite pensar y reflexionar acerca de este tema de la
siguiente forma.
Dios: Padre
maternal y Madre paternal
Existencialmente
hablando. Dios es el nombre que simboliza aquella tiernísima Realidad y aquel
Sentido amoroso capaz de llenar la incompletitud del ser humano.
Esa Suprema Realidad,
Dios, ha sido expresada en el contexto de la cultura del patriarcado: (dominación
del padre, como autoridad jefe y señor de familia) Dios se presenta como
masculino.
Como consecuencia, todas las grandes religiones históricas se
estructuraron en el código patriarcal.
Por eso, tales lenguajes necesitan ser
hoy despatriarcalizados si queremos tener una experiencia totalizadora de lo
Sagrado. En eso las mujeres pueden ser nuestras maestras y doctoras.
Todos hemos sido
ayudados por el descubrimiento de la existencia, antes puesta en duda, de una
fase matriarcal de la humanidad, ocurrida hace unos 20 mil años. Las
divinidades eran todas femeninas. Esto significó un giro en la reflexión
teológica. Hoy sólo hacemos justicia a nuestra experiencia de lo Divino si la
traducimos en términos masculinos y femeninos simultáneamente. En un lenguaje
inclusivo Dios emerge como Padre maternal y como Madre paternal. Como Dios-Él y
Dios-Ella.
Obviamente “Dios”
sobrepasa las determinaciones sexuales; sin embargo, hay valores positivos
presentes en esta forma de nombrar a Dios. Masculino (animus) y femenino
(anima) son principios estructuradores de nuestra identidad.
Todas las palabras del
diccionario no pueden definir a Dios, pues Él sobrepasa a todas. Vive en la
dimensión de lo inexpresable.
Algunas mujeres
uniendo fe y razón, se impusieron a sí mismas la tarea: como pensar lo divino,
la revelación, la salvación, la gracia, el pecado, a partir de la experiencia
de las mujeres mismas, es decir, a partir de lo femenino. En el contexto de la
teología de la liberación, la pregunta es: ¿cómo pensar a Dios a partir de la
mujer pobre, negra y oprimida?
En este campo ha
habido contribuciones notables. En primer lugar, las mujeres mostraron cuán
patriarcal y machista es el discurso considerado normal y oficial que penetró
en la catequesis, en los discursos oficiales e incluso en la teología erudita.
Rara vez los teólogos-hombres han tomado conciencia de su lugar
social-sexual-patriarcal.
A partir de la
experiencia de lo femenino, el discurso teológico se volvió más existencial,
inclusivo e integrador de lo cotidiano. Una cosa es decir Dios-Padre. En esta
palabra resuenan arquetipos ancestrales ligados al orden, al poder, a la
justicia y a un plan divino. Y otra cosa es decir Dios-Madre. Esta palabra
evoca experiencias originarias y deseos arcaicos de protección, de útero
acogedor, de misericordia y de amor incondicional.
Mientras la religión
del Padre introduce el castigo-infierno, la religión de la Madre hace
prevalecer la misericordia y el perdón.
Finalmente, cabe
preguntar: ¿en qué medida lo femenino/masculino son caminos de la humanidad
hacia Dios y en qué medida lo femenino/masculino son caminos de Dios hacia la
humanidad? Sólo tenemos acceso integral a Dios mediante lo femenino y lo
masculino, pues “son a su imagen y semejanza”.
La teología plantea
todavía una pregunta radical: ¿a qué están llamados, en el plan último de Dios,
lo femenino y lo masculino?
Leonardo Boff escribió
El rostro materno de Dios, año 2012.
Para concluir el papa Francisco,
en su homilía pronunciadas el 7 de enero de 2015 dijo:
“Una sociedad sin
madres sería una sociedad deshumana, porque las madres siempre saben
testimoniar incluso en los peores momentos, la ternura, la dedicación, la
fuerza moral”.
El papa Francisco, al
mencionar el martirio de Mons. Oscar Arnulfo Romero -asesinado en 1980- dijo: “las
madres viven un ‘martirio materno”. Se trata de “una entrega total, en
el silencio, la oración, el cumplimiento del deber. Ir dando la vida poco a
poco como hace una madre por su hijo”.
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